viernes, 7 de diciembre de 2012

Aprender a ser padres

Un mundo diferente necesita formas de desenvolverse que se adapten a las nuevas posibilidades. Por eso, los conceptos educativos de siempre evolucionan hacia la comunicación, los valores, la creatividad y la disciplina entendida como establecimiento de unos límites, pero no como castigo.
Aprender es vivir

En realidad, nada en las enseñanzas que ofrecemos hoy en día es nuevo. Simplemente, sacamos de nuestra mochila personal lo que nos enseñaron e intentamos criar a nuestros hijos con éxito. Pero los tiempos cambian, y con ellos las formas. Si señalamos hoy la principal diferencia entre la educación tradicional que nuestros abuelos y bisabuelos recibieron y la que como padres jóvenes damos en plena era de la comunicación y la tecnología, la frase clave es "educar no es adoctrinar". Los padres del siglo XXI pasan de largo los castigos y los meros buenos modales que tan importantes resultaban para portarse bien. Sí, dan un paso al frente para que los niños no sólo sepan estar, sino que también desarrollen su inteligencia emocional. La nueva educación se sustenta sobre la comunicación, expresión y negociación.

Referentes históricos

Las teorías sobre cómo aprendemos de Piaget, Vogostsky, Ausubel, Wallon o Bruner siguen vigentes, aunque parece ser que han cobrado una especial relevancia. Tanto en casa, el núcleo fundamental de la educación, como en el colegio, se fomenta la capacidad intelectual del niño, pero se tienen en cuenta, más que nunca, sus capacidades y carencias socio-afectivas: el cariño y los estímulos que le facilitamos para que sea una "personita" motivada, creativa y con un buen concepto de sí misma. Los niños no sólo deben ser listos, sino que deben gozar de una buena autoestima para salir airosos de los conflictos y las relaciones. De ahí que sea fundamental empezar a dialogar con ellos y quitarnos la careta autoritaria o sobreprotectora. La amenaza, el premio, el castigo y la sobreprotección crean niños inseguros y pasivos que no sabrán resolver solos los entresijos de la vida.

Los niños del futuro tienen que ser, en definitiva, personas que se autovaloren y que se sientan valorados por los demás, que adopten buenas conductas porque saben distinguir entre lo que está bien y lo que no, positivos y con tolerancia al sufrimiento. Y bien, ¿cómo conseguirlo? Aprendiendo con ellos: predicando con el ejemplo. ¡Ojo! Eso no se traduce en pegarles si pegan o en prepararles duramente porque la vida es dura. Un hijo educado es un hijo al que le hemos transmitido valores. Le enseñamos a vivir.

Enseñar a vivir

Así definen la mayoría de los pedagogos lo que supone una buena educación: es enseñar a conocer las propias capacidades y limitaciones, algo complicado porque cada persona es única y el descubrimiento de su personalidad, un camino complejo.

Y es un camino, esta educación, que corresponde a los padres. Contamos, eso sí, con recursos muy personales para llevarla a buen término. Primero, el sentido común: lo que no te haya convenido como hijo, no lo apliques ahora como padre. Segundo, la responsabilidad: sois el modelo de referencia del niño, y no podéis decirle, por ejemplo, que no grite si vosotros os pasáis el día levantando la voz. En tercer lugar, hablad con él: explicadle las cosas con brevedad, coherencia y cariño. Lo que os interesa es afianzar unos valores y unas pautas de conducta y, frente a los sermones de antaño, hoy funcionan mejor la fantasía de los cuentos o comentar situaciones cotidianas para transmitir vuestro mensaje.

La buena educación

La buena educación
Ya lo decíamos líneas atrás. Lo que antes era adoctrinar, hoy es educar, enseñar a nuestro hijo conceptos que fomenten su autoestima y su correcta socialización. Estas nociones no tienen nada que ver con las cosas materiales, sino con ideas que a veces creemos que han pasado de moda, aunque son necesarias: los valores. El respeto, la solidaridad, la amabilidad, la generosidad o el esfuerzo se oponen a la desidia, al consumismo gratuito o al egoísmo.

Hoy, muchos de estos recursos personales quedan difuminados por un estilo de vida en el que prima lo material sobre lo sentimental. Estamos perdiendo valores y eso supone que los niños cada vez son más maleducados e irrespetuosos. Ignoran la autoridad e incluso pueden ser agresivos. Un niño bien educado es un niño sensibilizado con los valores que nos hacen humanos. Con paciencia y explicaciones lógicas y amables, nuestro hijo entenderá que si respeta, le respetarán y querrán, y no tendrá necesidad de rebelarse para llamar la atención. Esta premisa educativa es válida para todos los niños, sean tranquilos, moviditos, traviesos o tímidos. Los valores no son innatos. No hay niños buenos ni malos porque sí. La presencia y la cercanía de los padres es esencial para que entiendan que, con sensibilidad y compromiso, ganarán el aprecio de los demás.

Visto que se trata de hablar y de negociar con un niño o un adolescentes, la nueva educación requiere mucha creatividad. Nos toca encontrar vías variadas, divertidas e inteligentes para inculcarles lo que queremos. A la vez, les mostramos que ser creativos es muy útil. Jugar con ellos, intentar hablar de temas más o menos difíciles a través de la fantasía, pedirles que expresen sus sentimientos como nosotros lo hacemos también... son grandes bazas del aprendizaje moderno. Jugando ensayamos para se sepan cómo reaccionar ante los retos y los placeres que les esperan.

Así, la disciplina, antes entendida como castigo, hoy forma parte del juego. Es decir, si un niño actúa bien, le felicitamos; pero sí no admite una pauta o se equivoca varias veces hasta que la entiende, jugamos a retirarle privilegios. Pierde la oportunidad de hacer algo que le gusta, como pintar o ver un poco la televisión. Una bofetada sólo expresa nuestra inseguridad y frustación y, propinándosela, es justamente lo que el niño ganará, más inseguridad y miedo a equivocarse.

Es cierto que en ocasiones un "porque lo digo yo" es necesario para demostrar que ciertos comportamientos tienen consecuencias. Quien no sufre las consecuencias de sus actos se convierte en un responsable que no soporta el fracaso. El gran objetivo y, a la vez, el gran reto, es que nuestros hijos aprendan a decidir qué les conviene. Nuestros hijos son disciplinados cuando saben cuáles son los límites.

En sociedad

Por supuesto, nos equivocaremos a menudo. Así aprenderemos también. Los hijos requieren atención y tiempo y cada padre debe evaluar los valores que desea inculcarles con el fin de que se integren lo mejor posible en sociedad. El punto de partida es asegurarles que estamos de su parte y que lo que les enseñamos, a pesar de que no les interese en ese momento, les servirá en el futuro.

Poco a poco y mediante el diálogo, verán que nuestras enseñanzas les ayudan a alcanzar las cosas buenas de la vida: tener amigos y disfrutar del amor y del reconocimiento. Se trata de crecer juntos.


Fuente: Revista "Peso Perfecto".

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